a veces una madre no puede verse solo como la enemiga fatal que dia a dia quiere impedir tu fuerza de voluntad frente a dejar de comer realmente sufren al ver su hija...desfallecer y dejarse morir por una obsecion que para muchos no tiene sentido y no digo que para mi no valga la pena esto...claro que lo vale y llevo a Ana en mi corazon, pero no se justifica ir directo a la muerte sin pensar en quien te ama, sin embargo yo quisiera poder apreciar esto, mas no puedo, no puedo pensar en detenerme por quienes podrian sufrir... Ana es fuerte...quiere vencerme quiere dejarme sin fuerzas, sin animos....pero vamos que todas queremos vivir...Anorexicas o Bulimicas todas tenemos derecho a vivir!!!
aca les dejo un escrito de mi amiga sheral...un hermoso escrito que ella hizo como madre frente a este tema...
"Querida hija:
Oré por ti antes de que nacieras. Cuando naciste, un 15 de agosto, el mismo día de mi cumpleaños, vi las ventanas de los cielos abrirse ante mis ojos y le di gracias a Dios por el maravilloso regalo que había depositado en mis manos.
Escucha hija.... voy a decirte esto mientras duermes. Entré a tu cuarto y te vi tan tierna y dulce, y es evidente que tú eres un regalo especial enviado por Dios.
Te recuerdo siendo niña. La sonrisa suavemente dibujada cuando papá y yo nos asomábamos a tu cunita. Me emocioné cuando te quedaste impresionada y quisiste atrapar aquel rayito de sol que entró por la ventana y calentó tus cobijitas desordenadas pero limpias. Me emocioné cuando balbuceaste tus primeras palabras y diste torpemente tus primeros pasitos y, en un intento por correr hacia mi, te caíste y soltaste el llanto pero te volviste a parar hasta que aprendiste a correr y saltar. Escuché de tus labios la frase que más anhelaba oír “te amo mamá”. Creciste y te desarrollaste como toda niña normal. Nada has deseado. Tu papá y yo quisimos que siempre tuvieras lo mejor: la mejor ropa, los mejores zapatos, los mejores juguetes, lo mejor de todo, y es que te lo merecías por sacar buenas notas y porque siempre fuiste una buena niña. A los 10 años te premié con una muñeca Barbie “fantasía” de largas, delgadas y elegantes piernas. Te emocionaste mucho y agradecida me abrazaste y me besaste y fue tan estrecha tu amistad con Barbie que hasta me pediste que confeccionará su ropa... Barbie se convirtió en tu mejor amiga. Así fue transcurriendo tu infancia… siempre fuiste una niña feliz y alegre. Llegaste a la adolescencia con todo el esplendor de la vida pero conservando la figura robusta de la niñez que dejabas atrás. Te asombraste y te preocupaste cuando comenzaste a experimentar tus primeros cambios y tus nuevas dimensiones y me dijiste “no quiero crecer”; algo ya estaba sucediendo en ti.
Comencé a preocuparme cuando observé cosas que no eran normales. Rechazabas la comida que tan esmeradamente había preparado para ti y lo justificabas y hasta me convencías de que la comida no era lo suficientemente nutritiva y saludable.... cuando por fin te convencía, solo llegabas a probar la esquina de una hoja de lechuga y tan pronto como fuera corrías al baño a vomitar... como te retorcías cada vez que aparecían aquellos episodios de dolor estomacal. Tus ropas eran diferentes… unos anchos pantalones de mezclilla ocultaban tu cuerpo esquelético. Comenzaste a seguir una dieta y a perder peso de manera exagerada y a hacer ejercicio hasta quedar muy cansada. Llegaste a pesar sólo 80 libras. Tu piel fue tomando un aspecto pálido y decrépito y te negabas a alimentarte normalmente y seguías hablando de “perder un poquito más de peso”. Aquella sonrisa amplia, fresca y franca había desaparecido de tu rostro y tus momentos para compartir con quienes te amamos fueron cada vez más breves, era como si tu “existencia no tuviera sentido” Dejaste de menstruar y entraste en una etapa de debilitamiento... comencé a alarmarme. Finalmente… un día te desmayaste. Afortunadamente yo estaba ahí y te sostuve entre mis brazos y entre el dolor y la preocupación te ingresé al hospital en donde te diagnosticaron anorexia.
Aun sigues dormida. Tus manos están tibias y tu pelo ha humedecido la almohada azul celeste que tanto has amado desde tu infancia. Una sonrisa dulce ilumina tu rostro y una luz brilla más y más en ti.
Los primeros intentos por tu recuperación fueron al principio difíciles y comencé a desesperarme pero me di cuenta que nada hacia con culparme y tomé valor para enfrentarme a tu problema, que no era solo tuyo, sino de todos los que te queremos. Oré a Dios y le di gracias por amarme y darme una hija como tú. Eres tan especial, Anny. Y hoy estoy convencida de que el corazón de Dios es atraído hacia aquellos que se agarran firmemente de su fe en los momentos de angustia. Con esa firme convicción en mi vida comenzamos tu tratamiento. Busque ayuda y comencé a prepararme acerca de todo cuanto pudiera darme luz para conocer tu enfermedad, me hice sentir ante ti hasta que llegaras a comprender que tú eres importante en mi vida y que estaba preocupada por tu enfermedad. Algunas veces ante tu negativa de no comer me sentía impotente otra vez pero no te acusaba y te convencí sutilmente para que probaras la comida sin tener miedo a engordar. Te hice saber cuanto te amamos por lo que tú eres en verdad y no por tu aspecto exterior ¡eres lo más precioso que ha venido a nuestras vidas! Fuiste recuperando tu autoestima, lo lograste en cada cosa que hacías: al regar las plantas, al dibujar, incluso al ayudarme a hacer las labores de la casa; y juntas diseñamos y confeccionamos tu vestido de graduación. Como se iluminó tu cara de alegría cuando viste la obra hecha por tus manos.
Ya ganaste dos libras, hoy iremos al cine a ver la película “Lindas Mujercitas” que tanto deseas ver.
Ya eres toda una señorita. Siempre estaré contigo hija.
Te amo. "
Oré por ti antes de que nacieras. Cuando naciste, un 15 de agosto, el mismo día de mi cumpleaños, vi las ventanas de los cielos abrirse ante mis ojos y le di gracias a Dios por el maravilloso regalo que había depositado en mis manos.
Escucha hija.... voy a decirte esto mientras duermes. Entré a tu cuarto y te vi tan tierna y dulce, y es evidente que tú eres un regalo especial enviado por Dios.
Te recuerdo siendo niña. La sonrisa suavemente dibujada cuando papá y yo nos asomábamos a tu cunita. Me emocioné cuando te quedaste impresionada y quisiste atrapar aquel rayito de sol que entró por la ventana y calentó tus cobijitas desordenadas pero limpias. Me emocioné cuando balbuceaste tus primeras palabras y diste torpemente tus primeros pasitos y, en un intento por correr hacia mi, te caíste y soltaste el llanto pero te volviste a parar hasta que aprendiste a correr y saltar. Escuché de tus labios la frase que más anhelaba oír “te amo mamá”. Creciste y te desarrollaste como toda niña normal. Nada has deseado. Tu papá y yo quisimos que siempre tuvieras lo mejor: la mejor ropa, los mejores zapatos, los mejores juguetes, lo mejor de todo, y es que te lo merecías por sacar buenas notas y porque siempre fuiste una buena niña. A los 10 años te premié con una muñeca Barbie “fantasía” de largas, delgadas y elegantes piernas. Te emocionaste mucho y agradecida me abrazaste y me besaste y fue tan estrecha tu amistad con Barbie que hasta me pediste que confeccionará su ropa... Barbie se convirtió en tu mejor amiga. Así fue transcurriendo tu infancia… siempre fuiste una niña feliz y alegre. Llegaste a la adolescencia con todo el esplendor de la vida pero conservando la figura robusta de la niñez que dejabas atrás. Te asombraste y te preocupaste cuando comenzaste a experimentar tus primeros cambios y tus nuevas dimensiones y me dijiste “no quiero crecer”; algo ya estaba sucediendo en ti.
Comencé a preocuparme cuando observé cosas que no eran normales. Rechazabas la comida que tan esmeradamente había preparado para ti y lo justificabas y hasta me convencías de que la comida no era lo suficientemente nutritiva y saludable.... cuando por fin te convencía, solo llegabas a probar la esquina de una hoja de lechuga y tan pronto como fuera corrías al baño a vomitar... como te retorcías cada vez que aparecían aquellos episodios de dolor estomacal. Tus ropas eran diferentes… unos anchos pantalones de mezclilla ocultaban tu cuerpo esquelético. Comenzaste a seguir una dieta y a perder peso de manera exagerada y a hacer ejercicio hasta quedar muy cansada. Llegaste a pesar sólo 80 libras. Tu piel fue tomando un aspecto pálido y decrépito y te negabas a alimentarte normalmente y seguías hablando de “perder un poquito más de peso”. Aquella sonrisa amplia, fresca y franca había desaparecido de tu rostro y tus momentos para compartir con quienes te amamos fueron cada vez más breves, era como si tu “existencia no tuviera sentido” Dejaste de menstruar y entraste en una etapa de debilitamiento... comencé a alarmarme. Finalmente… un día te desmayaste. Afortunadamente yo estaba ahí y te sostuve entre mis brazos y entre el dolor y la preocupación te ingresé al hospital en donde te diagnosticaron anorexia.
Aun sigues dormida. Tus manos están tibias y tu pelo ha humedecido la almohada azul celeste que tanto has amado desde tu infancia. Una sonrisa dulce ilumina tu rostro y una luz brilla más y más en ti.
Los primeros intentos por tu recuperación fueron al principio difíciles y comencé a desesperarme pero me di cuenta que nada hacia con culparme y tomé valor para enfrentarme a tu problema, que no era solo tuyo, sino de todos los que te queremos. Oré a Dios y le di gracias por amarme y darme una hija como tú. Eres tan especial, Anny. Y hoy estoy convencida de que el corazón de Dios es atraído hacia aquellos que se agarran firmemente de su fe en los momentos de angustia. Con esa firme convicción en mi vida comenzamos tu tratamiento. Busque ayuda y comencé a prepararme acerca de todo cuanto pudiera darme luz para conocer tu enfermedad, me hice sentir ante ti hasta que llegaras a comprender que tú eres importante en mi vida y que estaba preocupada por tu enfermedad. Algunas veces ante tu negativa de no comer me sentía impotente otra vez pero no te acusaba y te convencí sutilmente para que probaras la comida sin tener miedo a engordar. Te hice saber cuanto te amamos por lo que tú eres en verdad y no por tu aspecto exterior ¡eres lo más precioso que ha venido a nuestras vidas! Fuiste recuperando tu autoestima, lo lograste en cada cosa que hacías: al regar las plantas, al dibujar, incluso al ayudarme a hacer las labores de la casa; y juntas diseñamos y confeccionamos tu vestido de graduación. Como se iluminó tu cara de alegría cuando viste la obra hecha por tus manos.
Ya ganaste dos libras, hoy iremos al cine a ver la película “Lindas Mujercitas” que tanto deseas ver.
Ya eres toda una señorita. Siempre estaré contigo hija.
Te amo. "
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